Café Recalentado, o un recordatorio para mi mismo
El café debe ser caliente, amargo, fuerte y escaso.
Nunca he entendido a la gente que recalienta el café. No hay una cosa más mala que un café recalentado: sabe a lo que era, pero ya no es; sabe a caos en el paladar, a autoengaño con regusto a muerte y destrucción. Si recalientas el café estás insistiendo en mantener vivo algo que debe morir. Y, a ser posible, sin sufrimiento. Para el consumidor, claro.
Por supuesto, no aplica solo al café. Lo hacemos con proyectos, con ideas, con cosas que empezaron bien y se quedaron a medias. Intentamos recalentarlas, darles una segunda vida, a ver si esta vez saben igual que al principio. Nunca lo hacen. Saben a esfuerzo, a obligación, a “es que si le doy una vuelta…”. Y aun así insistimos, esperando que por arte de magia mejore.
Pero oh… Ese café recalentado sigue sabiendo a decepción, a caos en el paladar y a autoengaño con regusto a muerte y destrucción.
A veces basta con empezar de nuevo o dedicarse a otra cosa.
Se sufre menos haciendo otro café.